Las nuevas tecnologías hacen tambalear las normas básicas de educación
Hay un instante de la vida cotidiana que refleja la
dependencia social de las nuevas tecnologías. Es el momento en que
un avión acaba de aterrizar y la megafonía anuncia el desembarco. De inmediato
se oyen las señales acústicas de conexión de los móviles de los pasajeros que
se vuelcan sobre el pequeño aparato para ver si han recibido mensajes o
llamadas, o simplemente para hacer la primera y decir algo tan simple como:
“¡Acabo de aterrizar!”.
Las nuevas tecnologías facilitan la comunicación y el
acceso a las noticias, rompen el aislamiento y permiten trabajar desde
cualquier rincón del mundo, pero también tienen otras consecuencias de
discutible efecto. “Es un fenómeno imparable. Vivimos una invasión del espacio
público y doméstico que está cambiando nuestras costumbres. No sé si pasará
como con la televisión, que incluso llegó a cambiar el mobiliario del comedor”,
comenta Jordi Xifra, profesor titular de la facultad de Comunicación de la
Universitat Pompeu Fabra. “No podemos vivir de espaldas a las nuevas
tecnologías, pero vivimos una auténtica invasión en las formas y en el uso”,
dice Pablo Batlle, codirector de los cursos de protocolo de la
Universidad de Oviedo y autor del libro Protocolo y buenas maneras. La sucesión
de artilugios parece inacabable: los ordenadores y la conexión a internet, los
portátiles, los móviles, los iPhone, los iPad, las Black- Berry... Y sus
múltiples usos, del correo electrónico a los SMS, el Messenger, el WhatsApp, el
Facebook, el Twitter... Y son tantas las facilidades conseguidas que cuando
alguien entra en un restaurante o llega a un pueblo donde no hay cobertura se
indigna. A veces se dan situaciones grotescas: la persona que sube al tejado
porque sólo allí su móvil tiene cobertura; o el que busca desesperadamente por
la calle con el portátil una conexión wi-fi. Y ya nadie se sorprende de que un
móvil suene en mitad de un funeral o que pese a los reiterados avisos en cines
y teatros se dispare de pronto una ridícula melodía en mitad de la obra. Y qué
decir de las conversaciones privadas que hemos oído por la fuerza en el
autobús, el metro o el AVE.
Otra escena habitual de un restaurante es cuando nada más
sentarse, los comensales colocan sus teléfonos móviles o equivalentes encima de
la mesa. Esos aparatos son ya un cubierto más y algunos se preguntan incluso si
hay que colocarlos al lado del tenedor o de la cuchara. Entre plato y plato
esos comensales no dudan en cortar la conversación con sus compañeros de mesa
para prestar atención al teléfono: responder un correo, echar un vistazo a la
web de un periódico, jugar con algunas de las miles de aplicaciones que ofertan
las compañías o simplemente responder una llamada. Son acciones que se realizan
con total normalidad –la aparición del iPhone o la Blackberry han abierto el
mundo de las posibilidades de la comunicación telefónica–, sin que nadie
parezca molestarse. “Yo lo comparo –dice Pablo Batlle– con aquellas secuencias
del western donde el cowboy al entrar en el saloon ponía sus pistolas sobre el
tapete, antes de iniciar la partida de póquer, siempre en tono amenazante”.
“El problema es que no existe un código deontológico
sobre el buen uso de las nuevas tecnologías”, afirma Roser Gatell, presidenta
de la Associació Catalana de Protocol i Relacions Institucionals. Gatell opina
que deberían enseñarse las buenas maneras en la escuela, en la familia, en los
medios de comunicación. “Y todos hemos de aprender a desconectarnos, no es
bueno que estemos siempre pendientes de la señal que nos avisa de un correo o
un mensaje”.
¿Dónde están los límites de la buena o mala educación con
el uso de las nuevas tecnologías? La pregunta la formulan también Manuel
Armayones y Eulàlia Hernàndez, psicólogos de la Universitat Oberta de Catalunya
(UOC), que trabajan en un programa llamado Psinet, enfocado al estudio de la
psicología, salud y nuevas tecnologías. Ambos coinciden en afirmar que esa
línea aún no está marcada. En Facebook ya se pueden encontrar polémicas incluso
sobre el nombre. El que parece tener más puntos es e-urbanidad.
En algunos espacios públicos han surgido las primeras
normas. Un buen número de institutos de secundaria han introducido en sus
reglamentos la prohibición para sus alumnos de tener los móviles bufarra,
conectados en clase, aunque se suele permitir su uso en los pasillos y en el
patio. Pero al mismo tiempo se introduce el ordenador portátil y gracias a la
conexión wi-fi los alumnos navegan y envían mensajes mientras el profesor hace
su discurso. Y en la universidad, donde no hay ninguna normativa, los alumnos
se pasan mensajes bajo la mesa.
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